En mi casa, la cocina no solo huele a ajo, pan recién horneado o papas doradas; también huele a paciencia, amor y comprensión. Somos una familia neurodivergente, y cada comida es una oportunidad de conexión, aprendizaje y ternura. Mi esposo y mis hijos son neurodivergentes (TEA y TDAH), y mi pequeño de 12 años —mi comensal más selectivo— me ha enseñado que la cocina puede ser un lenguaje sensorial lleno de matices.
Cocinar para él no es solo preparar algo “rico”, sino crear una experiencia segura, predecible y amable con sus sentidos. En este artículo comparto cómo adaptar nuestras recetas cotidianas, desde unas simples papas con crema de ajo hasta un suave pan rústico con romero, para que todos podamos disfrutar sin ansiedad ni sobrecarga sensorial.
La importancia de una alimentación amable con los sentidos
Cada persona neurodivergente vive la experiencia sensorial de forma única. En casa aprendimos que los ruidos fuertes, las texturas inesperadas o los sabores intensos pueden causar rechazo o incomodidad. Por eso, cocinar con empatía significa observar, escuchar y adaptar.
A veces eso implica servir los alimentos por separado, evitar las mezclas, mantener los colores suaves o elegir texturas conocidas como las papas cremosas o la pasta al dente. La cocina se transforma así en un refugio: un lugar donde el sabor no invade, sino acompaña.
Estrategias que cambiaron nuestra forma de cocinar
- Simplicidad ante todo: Las comidas con pocos ingredientes y sabores familiares son las que mejor funcionan. Arroz blanco, pollo al horno, pasta con salsa italiana o papas con mantequilla son siempre bienvenidos.
- Texturas previsibles: Evitamos los contrastes bruscos (como crujiente con puré). Preferimos consistencias uniformes y suaves.
- Colores conocidos: Nada verde, ni purés coloridos. El ojo también participa, y la familiaridad da tranquilidad.
- Incluir lo que aman: En nuestro caso, el ajo, el queso, el pan y la mantequilla son parte de la base emocional de la cocina familiar.
- Evitar sobrecargas sensoriales: Cocinar en ambientes tranquilos, sin ruido, y servir sin adornos innecesarios.
Recetas que funcionan en casa
- Papas con crema de ajo al estilo de casa: suaves, cremosas y llenas de ese aroma familiar que reconforta.
- Pan rústico con romero y ajo: la textura firme por fuera y tierna por dentro hace que sea ideal para acompañar carnes o sopas.
- Limonada casera: ligera, sin sabores agresivos, ideal para hidratar sin recurrir al agua pura, que mi hijo no tolera.
- Fideos con salsa boloñesa: una receta clásica italiana, sin trozos visibles de vegetales, perfecta para quienes buscan uniformidad visual y gustativa.
- Huevos revueltos con mantequilla: suaves, tibios y fáciles de aceptar cuando nada más apetece.
Adaptaciones sensoriales y emocionales
Cada plato puede transformarse. Por ejemplo, una sopa puede servirse sin tropezones, un guiso puede licuarse parcialmente, y un postre puede volverse más suave o menos dulce. La clave está en respetar los límites sensoriales sin forzar la exposición. Cocinar con amor significa ofrecer opciones, no imponer texturas.
También aprendimos a celebrar los pequeños avances: una cucharada nueva, una textura aceptada, una fruta probada. Cada logro es una victoria emocional.
Ejemplo dulce: postres que abrazan los sentidos
En casa, los postres son un puente afectivo. Las galletas de mantequilla y café combinan lo crocante con lo suave del glaseado, pero pueden adaptarse moliéndolas finas para transformarlas en base de cheesecake. La panna cotta o los cupcakes de moca son suaves, aromáticos y sin sorpresas visuales: ideales para quienes prefieren la estabilidad sensorial.
Cocinar es comprender
Cocinar para personas neurodivergentes no es solo cuestión de recetas, sino de amor traducido en gestos: la textura justa, la temperatura adecuada, la presentación que da calma. Cada plato cuenta una historia de empatía, paciencia y respeto por las diferencias.
Si algo he aprendido, es que la cocina puede ser terapéutica cuando se usa como puente sensorial y emocional.
Un llamado a la empatía en la cocina
A todas las familias que conviven con la neurodiversidad: no están solas. Cada receta puede ser un acto de amor. Cada ajuste sensorial, una muestra de comprensión. Desde mis fogones, invito a cocinar con empatía, sin juicios, celebrando los sabores que nos unen y las diferencias que nos enriquecen.
Un final lleno de sabor y calma
En nuestra casa, cocinar es amar con los cinco sentidos. Porque cuando comprendemos las sensibilidades del otro, hasta una papa al ajo o una limonada pueden ser un abrazo.
Si este tema resuena contigo, comparte tu experiencia o adapta alguna de mis recetas en casa. Cuéntame cómo cocinas para tus seres queridos y usa el hashtag #CocinaConMilly para inspirar a más familias neurodivergentes.









